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La biografía no autorizada de Vicente Fernández

La biografía no autorizada de Vicente Fernández Foto: Miguel Dimayuga.

Además de retratar cómo el intérprete forjó a pulso su ascenso en la música ranchera a la muerte de Javier Solís en 1966, El último rey, de Olga Wornat, recién lanzado a la venta por la editorial Planeta, da cuenta de un México provinciano que, ensalzado por el cine de la Época de Oro, se esfuma.

A unas horas de que el cantante y actor jalisciense Vicente Fernández reingresara a cuidados de terapia intensiva en el hospital Country 2000 de Guadalajara, el miércoles 1 de diciembre vio la luz El último rey. Biografía no autorizada de Vicente Fernández (Planeta, 301 páginas).

Este volumen de la periodista argentina Olga Wornat (Misiones, 1956) es espejo de un melodrama que cierra con el epílogo “Viaje al final de la noche”, donde yace el Rey de la canción ranchera enfermo, acaso agonizante, luego de serle detectado con avances el síndrome de Guillain-Barré:

Vivió y disfrutó más que sus célebres antecesores; persiguió un sueño con desesperación y lo alcanzó; así, con la pura potencia de su trabajo, voló muy alto y pudo dar a los suyos una existencia maravillosa. El dinero y la fama nunca mutaron su personalidad: seguía siendo un humilde ranchero de Jalisco y eso lo hinchaba de orgullo. Le decían que era un “mito viviente”, pero lo único que le importaba era el amor de su gente, y rogaba al cielo no caer jamás en el olvido. Vaya si tuvo suerte. Cerraba los ojos por momentos y podía ver a aquél muchachito moreno y frágil que, aferrado de la mano de su padre, miraba hipnotizado a Pedro Infante cantar en el San Juan de Dios de Guadalajara (…) un día el universo lo iluminó y floreció convertido en rey.

A sus 81 años, cumplidos el pasado 17 de febrero, Vicente Fernández Gómez, “el charro sexy”, “el Frank Sinatra de la canción ranchera”, el “ídolo de Huentitán”, había sufrido una caída en su fabuloso rancho Los Tres Potrillos, propiedad construida a la manera de la mansión de Dallas, serie estadunidense setentera que causó furor en la tele. Había librado a la Parca en pleno covid, aunque este diciembre de 2021 arranca con pronóstico médico harto reservado por la neumonía que le detectaron. Sus palabras reverberan vía la pluma de Olga Wornat:

–A mí Dios me dio un arma: cantar. Pero cuando aparte de ser pobre no se ha estudiado, es más difícil. Estudié hasta quinto de primaria (…) El gobierno debería dar más presupuesto para escuelas. Yo haría muchas y les daría un sueldo más justo a los maestros, que son nuestros segundos padres.

La escritora de El último rey se acerca a los sucesos, recrea diálogos y, de pronto, estamos oyendo la narración omnisciente con el pensar del protagonista. Por ejemplo, en el apartado “La gota que derramó el vaso”:

Se sentía cansado y harto; la vejez se había apoderado completamente de su cuerpo, pero su instinto de gravedad parecía intacto.

–Mis hijos así… qué tristeza –murmuró.

Como un absurdo contrasentido, recordaba la construcción de la finca Los Tres Potrillos, en los años ochenta. Se había inspirado en la mansión rural de Dallas –la exitosísima serie de la CBS–, que albergaba el clan Erwing, una familia millonaria cuyos integrantes destacaban por la maldad, la falta de escrúpulos, los crímenes y la avaricia.

Además de retratar cómo Chente forjó a pulso su ascenso en la música ranchera a la muerte de Javier Solís en 1966, El último rey da cuenta de un México provinciano que, ensalzado por el cine de la Época de Oro, se esfuma. Los feminicidios azotaban a granel y el imperio de la droga corrompía al gobierno del PRI, partido de sus simpatías. En lo alto de la pirámide familiar hallamos el último resquicio del marido-proveedor, cuya palabra de macho es la ley, como en la canción “El rey”. Wornat evita humillar o degradar a los personajes de su relato, pero es directa y se le da fácil transmitir la que a su juicio es la doble moral de una estrella con valores arcaicos quien, de la nada, alcanzó la gloria.

Si el intérprete bravío de “Volver volver” y “Por tu maldito amor” sale raspado (al parecer algunas veces sin deberla ni temerla), el rol de malo en esta realidad melodramática pasa a Gerardo, segundo hijo del cantante y mánager del papá:

Sin embargo, en Dallas aquella historia de malvados es mera ficción; y en el interior de Los Tres Potrillos, el ansia de destrucción que anida en Gerardo y que ha descargado sobre sus hermanos durante años, son parte del paisaje cotidiano. No es una novela, es (…) la marca de ser un Fernández.

El antagonista, pues, es Gerardo Fernández Abarca, aquel que desea heredar y, a decir de Wornat, quien ha discriminado a su menos afortunado hermano Vicente (Vis), el “potrito” mayor, secuestrado en 1998 cuando le amputaron dos dedos de la mano antes de ser liberado en el sexenio de Ernesto Zedillo.

Los que frecuentan a la dinastía y saben de las desaforadas trifulcas internas se preguntan qué le pasó a Gerardo, que terminó convertido en el polo opuesto de sus hermanos, quienes más allá de sus escándalos y excesos son personas nobles (…) a pesar de sus infortunios, Vicente hijo, como lo describen quienes lo conocen, es un hombre con buenos sentimientos, “incapaz de hacerle nada a nadie” (…) Gerardo guarda resentimientos hacia su hermano.

Dos tipos de cuidado

Chente interpretaba a ambos grandes cantautores; pero si José Alfredo Jiménez detestaba a Vicente Fernández, éste no tragaba a Juan Gabriel, de acuerdo con el relato de la periodista argentina:

“Los pendejos, de la raya para allá”. La voz de José Alfredo Jiménez retumbó en aquella fiesta que había convocado Irma Serrano, La Tigresa… Pero ¿qué raya?, ¿y quién era el pendejo en cuestión? La frase iba dirigida a Vicente Fernández (…) No le quedó más remedio que tragar en seco, no insistir y, sobre todo, no traspasar la dichosa “raya” trazada por José Alfredo, desapareciendo de su vista (…) Si bien Vicente Fernández no necesitó propiamente de las composiciones de José Alfredo Jiménez para su carrera artística, sí las usó para trascender…

A su vez, Juan Gabriel no cupo en la mentalidad del macho Chente. Sencillamente no se gustaron, recoge Wornat (“la enemistad entre ellos fue que a Vicente le caía mal Juan Gabriel porque era homosexual”). Las únicas dos veces que intentaron hacer giras juntos, los planes fracasaron. Gerardo medió en las negociaciones:

En esto de contar versiones desfiguradas y de embolsarse cuantiosas cantidades de dinero ocultando cuentas reales, Gerardo se había convertido en un experto (…) Gerardo buscó a Juan Gabriel para reclamarle el dinero que le debía y, encolerizado, lo golpeó en el rostro con la empuñadura de una pistola. Por esta razón, Juan Gabriel aseguraba que Gerardo era peligroso. Le temía.(…) Cierto es que la homosexualidad, o por defecto “todo lo que se salga de lo binario”, tambalea las bases de Chente, y por muchos esfuerzos que haga en ser tolerante en público, suele fallar.

Una biografía es literatura de la memoria. Wornat evade la frivolidad farandulesca, los tonos sardónicos, la chismografía barata y las teorías conspiratorias, aferrándose a los archivos e investigación, pero con soltura.

Bien entrada la tarde del 2 de octubre de 1968, los disparos y las sirenas llegaron a los oídos de los artistas que se preparaban para la función de ese día… México ya no volvió a ser el mismo después de aquellos días de desgracia y muerte… Quién sabe cómo le afectaría a Vicente Fernández este acontecimiento (…) Entraría a lo grande en el Teatro Blanquita…

Hay 150 referencias hemerográficas para los seis capítulos (“121 días de terror”, “Un largo camino hacia la gloria”, “El rey”, “Amores malditos”, “El Potrillo, una vida al galope” y “El ocaso de un patriarca”). Montones de recortes, una vasta ciberbiografía consultada, incluyendo El secuestro en México de Ortega Carrillo, seis tomos de Carlos Monsiváis, libros de Elena Poniatowska, Pável Granados y Guadalupe Loaeza, con La eficacia del cine mexicano de Jorge Ayala Blanco. Este último crítico, por cierto, reprobó sus 36 largometrajes filmados entre 1969 y 1991 (“el introvertido macho súper acomplejado que acostumbra interpretar Vicente Fernández más bien ya inspira vergüenza ajena y compasión”). Sin embargo, la autora lo corrige:

(…) si existía alguien que despertara tantas pasiones entre su público y en algunas compañeras de escenario y pantalla, así como que generara tantos dramas amorosos en su vida real, fue precisamente Vicente Fernández.

Olga Wornat publicó en 2003 La jefa. Escándalos impunidad y negocios ilícitos (sobre Martha Sahagún, esposa del expresidente Vicente Fox), siendo amenazada de muerte y abandonando nuestro país. El año pasado sacó Felipe, el oscuro. Secretos, intrigas y traiciones del sexenio (Planeta) para furia de los panistas. El tour de force de El último rey. La biografía no autorizada de Vicente Fernández fascina aun en sus ratos agridulces, fue la suerte de manda que Wornat se planteó, un reto que correspondiera al amor que profesaba su madre (Dionisia Fernández) justamente por la música ranchera y los boleros de México: el mariachi que levantó a Chente de la pobreza.

(…) Fui y vine una y otra vez por la vida de los admirados antecesores de Vicente Fernández y la relación con sus congéneres; la fuerte influencia de sus progenitores y su muerte temprana; los esfuerzos sobrehumanos por llegar y mantenerse en la cima; la intensa relación con su esposa Cuquita y las públicas infidelidades. Me interné en el secuestro brutal de su primogénito Vicente júnior [Vis], el punto de inflexión más trascendente de su vida, cuando creyó que ésta ya no tenía sentido. El papel de Gerardo, su hijo de en medio, y la malsana relación con sus hermanos. El retiro de los escenarios y la caída que lo tiene al filo de la muerte, internado en un hospital de Guadalajara. El esplendoroso renacer de Alejandro, su Potrillo menor e indiscutible heredero…

Reportaje publicado en el número 2353 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 5 de diciembre de 2021.
Proceso
Roberto Ponce
Ciudad de México
Jueves 16 de diciembre de 2021.

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