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Bernie Madoff, arquitecto del mayor esquema Ponzi de la historia, ha muerto

Bernie Madoff al salir de una corte de Manhattan en marzo de 2009. Las víctimas de su fraude se contaban por miles y estaban dispersas de Palm Beach al Golfo Pérsico. Mario Tama/Getty Images

• Su inmenso fraude dejó una estela de devastación humana y pérdidas de capital por 64.800 millones de dólares.

Bernard L. Madoff, que alguna vez fue el estadista de Wall Street y que en 2008 se convirtió en el rostro humano de una era de fechorías y tropiezos financieros por operar el mayor y tal vez más devastador esquema Ponzi de la historia económica, ha muerto el miércoles en el Centro Médico Federal en Butner, Carolina del Norte. Tenía 82 años.

La Oficina Federal de Prisiones confirmó el fallecimiento.

Madoff, que cumplía una sentencia de 150 años, había pedido en febrero de 2020 que se le liberara anticipadamente de la cárcel, diciendo en un documento judicial que le quedaban menos de 18 meses de vida y que se encontraba en las últimas fases de una enfermedad renal y había sido admitido a cuidados paliativos.

En entrevistas telefónicas con The Washington Post en aquel entonces, Madoff expresó arrepentimiento por sus fechorías al decir que había cometido “un error terrible”.

“Soy un enfermo terminal”, dijo. “No hay cura para el tipo de enfermedad que tengo. Así que, sabes, ya cumplí. Ya he cumplido 11 años y, francamente, lo he sufrido”.

El inmenso fraude de Madoff empezó entre amigos, familiares y conocidos de sus clubes campestres en Manhattan y Long Island, gente que compartía su proclamado interés en la filantropía judía, pero que al final incluyó beneficencias como Hadassah, universidades como Brandeis y Yeshiva, inversionistas institucionales y familias adineradas en Europa, América Latina y Asia.

Respaldado por elaborados estados de cuenta y una profunda reserva de confianza por parte de sus inversores y los reguladores, Madoff dirigió su esquema de fraude confiadamente a lo largo de una severa recesión a principios de la década de 1990, una crisis financiera mundial en 1998 y las ansiosas secuelas de los ataques terroristas en septiembre de 2001. Pero el colapso financiero que comenzó en el mercado hipotecario a mediados de 2007 y culminó con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 fue su ruina.

Los fondos de cobertura y otros inversionistas institucionales, presionados por las exigencias de sus propios clientes, empezaron a retirar cientos de millones de dólares de las cuentas de Madoff. Para diciembre de 2008 más de 12.000 millones habían sido retirados e ingresaba poco efectivo fresco para cubrir los pagos.

Enfrentado a la ruina, Madoff les confesó a sus dos hijos que su operación de manejo de dinero, supuestamente rentable, era en realidad “una gran mentira”. Al día siguiente reportaron su confesión a las autoridades y un día más tarde, el 11 de diciembre de 2008, fue arrestado en su penthouse de Manhattan.

Madoff dirigió su esquema de fraude a lo largo de una severa recesión a principios de la década de 1990, una crisis financiera mundial en 1998 y las secuelas de los ataques terroristas de septiembre de 2001.

Las víctimas de su fraude, algunas de las cuales pasaron de la noche a la mañana de una riqueza cómoda a una desesperación frenética, se contaban por miles y estaban dispersas desde Palm Beach hasta el Golfo Pérsico. Las pérdidas en capital alcanzaron 64.800 millones de dólares, si se toman en cuenta las ganancias ficticias que les había abonado a las cuentas de sus clientes en por lo menos dos décadas.

Se perdió más que el dinero. Al menos dos personas, en su desesperación por las pérdidas, se suicidaron. Uno de los principales inversionistas de Madoff sufrió un ataque cardíaco mortal tras meses de litigio conflictivo sobre su papel en el esquema. Algunos inversionistas perdieron sus hogares. Otros perdieron la confianza y amistad de parientes y amigos a quienes, sin saberlo, habían puesto en peligro.

Madoff no salió ileso de estas trágicas consecuencias. Su hijo mayor, Mark, se suicidó en su departamento de Manhattan muy temprano la mañana del 11 de diciembre de 2010, en el segundo aniversario del arresto de su padre. Su abogado, Martin Flumenbaum, lo describió como “una víctima inocente del crimen monstruoso de su padre que sucumbió a dos años de precisión incesante y acusaciones falsas e insinuaciones”. Uno de los últimos mensajes de Mark Madoff antes de su muerte fue a Flumenbaum: “Nadie quiere creer la verdad. Por favor cuida de mi familia”.

En junio de 2012, el hermano de Bernard Madoff, Peter, abogado de profesión, se declaró culpable de cargos por fraude de impuestos federales y fraude electrónico relacionados con su papel de director general de cumplimiento en la empresa de su hermano mayor, pero no se le acusó de participar a sabiendas en el esquema Ponzi. En diciembre de 2012 renunció a todas sus propiedades personales y se las dio al gobierno para compensar a las víctimas de su hermano y fue sentenciado a una condena de 10 años de cárcel. Y el 3 de septiembre de 2014, el hijo menor de Madoff, Andrew, murió de cáncer a la edad de 48 años. Había culpado al estrés del escándalo por el cáncer que había combatido en 2003.

Su enorme fraude comenzó entre amigos, parientes y conocidos del club campestre, pero finalmente creció hasta abarcar importantes organizaciones benéficas, universidades, inversionistas institucionales y familias adineradas. Ruby Washington/The New York Times

Además del costo humano, hubo reputaciones profesionales que quedaron destrozadas. Más de una docena de fondos de cobertura y administradores financieros, entre ellos J. Ezra Merkin y el Grupo Fairfield Greenwich se vieron obligados a admitir que habían enviado dinero de sus clientes a Madoff y lo habían perdido todo. Banqueros de la banca privada suiza, bancos comerciales internacionales y grandes firmas contables fueron arrastradas a las cortes por clientes que habían confiado en ellos para monitorear las inversiones de Madoff.

La Corporación de Protección al Inversor de Valores, la organización financiada por la industria y fundada en 1970 para brindar protección limitada a los clientes del corretaje, gastó más con la bancarrota de Madoff que en todas sus liquidaciones previas combinadas, y fue ferozmente atacada por las víctimas que consideran que injustamente se les había negado una compensación.

Y en cuanto a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (SEC por su sigla en inglés), que investigó sin éxito más de media decena de pistas creíbles sobre el esquema fraudulento de Madoff desde al menos 1992, el caso fue su fracaso más humillante en sus 75 años de historia.

El experto en mercados

Bernard Lawrence Madoff nació en Brooklyn el 29 de abril de 1938, hijo de Ralph y Sylvia (Muntner) Madoff, ambos hijos de inmigrantes de clase trabajadora de Europa del Este.

Creció en Laurelton, en el sur de Queens cerca de lo que ahora es el Aeropuerto Kennedy. Fue en Laurelton que conoció y en 1959 se casó con Ruth Alpern, cuyo padre tenía un pequeño pero boyante despacho contable en Manhattan.

Antes de graduarse de la Universidad de Hofstra en 1960, ya había registrado su propia empresa de corretaje ante la SEC: Bernard L. Madoff Investment Securities, que financió en parte con el dinero que había ganado como salvavidas de verano y con una empresa de instalación de rociadores de jardín que operaba en la escuela.

Tras un año mediocre en la escuela de derecho, se volcó de lleno al negocio de corretaje de acciones de venta libre, un mercado inmenso cuando solo las empresas más experimentadas de Estados Unidos lograban cotizaciones en la Bolsa de Valores de Nueva York y la más pequeña Bolsa Estadounidense de Valores.

Su negocio prosperó en los años de auge de la década de los sesenta y sobrevivió la desaceleración de los setenta al dedicarse al mundo en expansión de los inversionistas institucionales que rápidamente remplazaban a los inversionistas al menudeo como actores dominantes en Wall Street.

Luego de que su hermano, Peter, se unió a la empresa Madoff en 1970, empezó a hacerse de una reputación por emplear tecnología computacional de punta en el negocio tradicional de intercambio de valores.

Fue uno de los primeros en participar en el incipiente mercado electrónico que terminaría por convertirse en el Nasdaq moderno y participó como inversionista en varias otras plataformas de corretaje computarizado.

El liderazgo de Madoff en el mercado y la disposición de sus empresas para desafiar las tradiciones de Wall Street lo convirtieron en un consejero confiable mientras los reguladores federales intentaban modernizar el mercado del país sin poner en riesgo su talla internacional. A los 70 años ya era un vocero influyente para los corredores que constituían el engranaje escondido del mercado de valores.

Pero más tarde quedó claro que había empezado a participar en prácticas cuestionables poco después de su llegada a Wall Street.

Primeras señales de alarma

A principios de la década de 1960, había empezado a aceptar el dinero que recaudaban para él su suegro, Saul Alpern, y dos jóvenes contadores que trabajaban en la empresa de Alpern. En algún momento, los dos contadores empezaron a mantener este flujo de dinero en efectivo de Madoff mediante la emisión de pagarés que no registraron en la SEC, como exige la ley. La comisión cerró ese negocio de gestión de dinero oculto en 1992, después de que Madoff hubiera recibido casi 500 millones de dólares de los clientes de los contadores, que creían que estaban siendo invertidos en su nombre.

Los reguladores presentaron cargos civiles contra los dos contadores, obligándolos a cerrar su operación de venta de pagarés, pero no consiguieron rastrear el dinero más allá de la puerta de Madoff. Y por orden de la SEC, todo el dinero se devolvió a los clientes, con el dinero en efectivo que Madoff sacó de las cuentas de uno de sus mayores inversores, según testimonios en tribunales federales de casos relacionados con el fraude. Pero los reguladores descubrieron más tarde que la mayor parte del dinero fue devuelto casi inmediatamente a Madoff por clientes que se habían acostumbrado a una tasa de rendimiento constante y fiable en sus cuentas supuestamente conservadoras de Madoff.

Para entonces, los fondos de cobertura, los planes de pensiones y las dotaciones universitarias confiaban cientos de millones de dólares a Madoff, a pesar de que la suya era una operación comercial envuelta en el secreto, empleaba estados de cuenta sospechosamente anticuados y unas auditorías independientes las firmaba una empresa unipersonal en una oficina de fachada en los suburbios.

Más tarde, los expertos en finanzas teorizaron que el esquema de Ponzi de Madoff duró tanto tiempo porque apeló más al miedo de sus clientes que a su codicia: les prometía consistencia en un mercado cada vez más volátil, no rendimientos sorprendentes. Y siempre cumplió con lo prometido, ya que nunca dejó de atender una solicitud de reembolso y nunca se quedó corto en cuanto a los beneficios que había previsto.

En la década de 1990, se creó una industria artesanal de fondos de cobertura y sociedades privadas que servían como portales supuestamente exclusivos a través de los cuales los inversores podían beneficiarse del genio inversor de Madoff. Estos fondos recaudaron miles de millones de dólares que él utilizó para pagar las ganancias prometidas a sus primeros clientes y cubrir los retiros cuando era necesario.

Mientras tanto, los beneficios de su negocio legítimo —que en su momento fue uno de los mayores participantes en el mercado Nasdaq— se veían mermados por los mismos avances tecnológicos que él había ayudado a crear. En 2005, según los fiscales, estaba subvencionando su empresa de Wall Street con dinero desviado de sus víctimas de fraude.

Pero no había ningún signo de desgaste en el estilo de vida de la familia Madoff. Aunque no eran ostentosos para los estándares de Wall Street, los Madoff vivían bien. Además de un penthouse dúplex, tenían una bonita casa de playa en Long Island, una mansión de época en Palm Beach y un apartamento cerca del Mediterráneo en el sur de Francia, varias lanchas motoras de gran tamaño y una participación en un jet corporativo.

También eran filántropos respetados, que financiaban la investigación sobre el cáncer y hacían importantes donaciones a la Universidad de Yeshiva, donde Madoff era fideicomisario y presidente de la Escuela de Negocios Sy Syms. También había formado parte de los consejos de administración de varias organizaciones de Wall Street, incluida la Asociación Nacional de Agentes de Valores, ahora conocida como Finra.

‘Un legado de vergüenza’

Madoff, que nunca fue un hombre efusivo, se volvió aún más impasible cuando él y su familia se vieron envueltos en la tormenta mediática que siguió a su detención. Un periódico sensacionalista lo calificó como el hombre más odiado de la ciudad. En al menos una excursión al juzgado antes de declararse culpable, un asesor de seguridad insistió en que llevara un chaleco antibalas.

Antes de ser condenado el 29 de junio de 2009, en una sala repleta de espectadores y víctimas, leyó una declaración que había preparado con su abogado, Ira Lee Sorkin.

“Soy responsable de mucho sufrimiento y dolor, lo entiendo”, dijo al tribunal. “Ahora vivo atormentado, al saber de todo el dolor y sufrimiento que he causado. He dejado un legado de vergüenza, como han señalado algunas de mis víctimas, a mi familia y a mis nietos”.

A Madoff le sobreviven Ruth, su esposa, su hermano Peter, su hermana Sondra M. Wiener, y varios nietos.

Madoff no deja nada de su antiguo patrimonio. Como parte de su caso penal, el gobierno procuró más de 170 mil millones de dólares en activos confiscados, una cifra que aparentemente incluye todo el dinero que se movió a través de las cuentas bancarias de Madoff —para cualquier propósito— durante los años del fraude.

Tanto los abogados de Madoff como el fideicomisario designado por el tribunal para liquidar su empresa dijeron que el importe de lo confiscado incluía el dinero que fluía hacia las operaciones comerciales legítimas de la empresa y los miles de millones pagados a los inversores como parte del esquema Ponzi. Las pérdidas reales en efectivo de su fraude, sin contar los beneficios ficticios, se calcularon recientemente en entre 17.000 y 20.000 millones de dólares: uno de los mayores fraudes financieros registrados y, sin duda, el mayor esquema Ponzi de la historia.

A través del proceso de bancarrota, algunas víctimas pudieron recuperar todo o parte del capital en efectivo que invirtieron con Madoff; los miles de millones de riqueza en papel que aparecían en sus estados de cuenta falsos el día de su detención se perdieron para siempre. El 14 de julio de 2009, Madoff comenzó a cumplir su condena de 150 años en un centro de seguridad media en el Complejo Correccional Federal de Butner, a unos 45 minutos al noroeste de Raleigh, Carolina del Norte.

Las víctimas que asistieron a su sentencia en Nueva York habían insistido en que debía pagar por la devastación que infligió a quienes confiaron en él pasando el resto de su vida entre rejas, y así fue.

The New York Times
Diana B. Henriques
Nueva York, Estados Unidos
Miércoles 14 de abril de 2021.

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